RESUMEN:LA
CIUDAD ANTIGUA
CAPITULO
I
Hasta
los últimos tiempos de la historia de Grecia y Roma se vio persistir entre el conjunto
de pensamientos, y usos, que indudablemente, procedían de una época recentísima.
De ellos podemos inferir las opiniones que el hombre se formó al principio
sobre su propia naturaleza, sobre su alma y sobre el misterio de su muerte.
Las
generaciones antiguas, mucho antes que hubiera filósofos, creyeron en una
segunda existencia después de la actual, consideraron la muerte, no como una
disolución del ser, sino como un mero cambio de vida.
Según
las más antiguas creencias de los griegos y de los italianos, no era en un
mundo extraño el presente a donde el alma iba a pasar su segunda existencia,
permanecía cerca de los hombres y continuaba viviendo bajo la tierra.
Era
costumbre, al fin de la ceremonia fúnebre, llamar tres veces al alma del muerto
por el nombre que había llevado. Se le deseaba vivir feliz bajo tierra; se
escribía en la tumba que él reposaba allí. Jamás se prescindía de enterrar con
el los objetos de que, según se suponía, tenía necesidad.
De
esta creencia primitiva se derivó la necesidad de la sepultura. Para que el
alma permaneciera en esta morada subterránea, que le convenía para su segunda
vida, era necesario a que el cuerpo al que estaba ligada quedase recubierto de
tierra. El alma que carecía de tumba no tenía morada, vivía errante, se
convertía pronto en malhechora.
En
las ciudades antiguas la ley infligía a los grandes culpables un castigo
reputado como terrible: la privación de la sepultura. Hay que observar entre
los antiguos se estableció otra opinión sobre la mansión de los muerto, se
figuraron una región, también subterránea pero infinitamente mayor que la
tumba, donde todas las almas lejos de su cuerpo, vivían juntas y donde se les
aplicaban penas y recompensas.
Se
rodeaba a la tumba de grandes guirnaldas de hierba y flores, que se depositaban
tortas, frutas, sal, se derramaba leche, vino, y a veces la sangre de alguna
víctima.
CAPITULO
II
EL
CULTO DE LOS MUERTOS
Entre
los griegos había entre cada tumba un emplazamiento destinado a la inmolación
de las víctimas y a la cocción de su carne. La tumba romana también tenía su colina,
especie de cocina de un género particular, y para el exclusivo uso de los
muertos.
Los
muertos pasaban por seres sagrados, los antiguos les otorgaban los más
respetuosos epítetos que podían encontrar: llamándoles bienaventurados, buenos,
santos. Para ellos tenían toda la veneración que el hombre pueda sentir por la
divinidad que ama o teme; en su pensamiento cada muerto era un dios. No se daba
distinción entre los muertos. Los griegos daban de buen grado el nombre de
dioses subterráneos, los romanos les daban el nombre de dioses “manes”. Las
tumbas eran los templos de estas divinidades.
CAPITULO
III
EL
FUEGO SAGRADO
La
casa de un griego o romano encerraba un alta, en este altar tenía que haber un
poco de ceniza y carbones encendidos, era una obligación sagrada para el jefe
de la casa el conservar el fuego de día y noche. No era lícito alimentar ese
fuego con cualquier clase de madera, este fuego debía conservarse siempre puro.
Había
un día del año, que para los romanos era el 1 de mayo en que cada familia tenía
que extender su fuego sagrado y encender otro inmediatamente, pero para obtener
el nuevo fuego era preciso observar escrupulosamente algunos ritos. El fuego tenía
algo de divino, se le adoraba, se le rendía un verdadero culto.
El
nombre del fuego sagrado fue personificado con el nombre de Vesta. Se representó
a esta divinidad con rasgos de mujer, porque la palabra con que se designó al
altar era de género femenino. Vesta fue la diosa virgen, que no representaba en
el mundo la fecundidad ni el poder, fue el orden, pero no el orden rigurosos,
abstracto, la ley imperiosa y fatal, que se advirtió muy pronto en los
fenómenos de naturaleza física.
Lares
o héroes no eran otra cosa que el alma de los muertos, a la que el hombre
imponía un poder sobrehumano y divino. El recuerdo de uno de estos muertos
sagrados estaba ligado siempre al hogar. Dorando a uno no podía olvidarse al
otro. Era costumbre muy antigua enterrar a los muertos en las casas.
Se
puede pensar que el hogar domestico solo fue, en su origen, el símbolo del
culto de los muertos, que bajo la piedra del hogar descansaba un antepasado,
que el fuego se encendía allí para honrarle y, que este fuego parecía conservar
en el la vida o representaba a su alma siempre vigilante. Esto solo es una
conjetura.
CAPITULO
IV
LA RELIGIÓN DOMESTICA
Desde
hace muchos años el hombre solo admite una doctrina religiosa mediante dos
condiciones: que le anuncie un dios único, y que se dirigía a todos los hombres
y a todos sea accesible sin rechazar sistemáticamente ninguna clase ni raza.
En
esta religión primitiva cada dios solo podía ser adorado por una familia. La
religión era puramente doméstica. Una de las reglas de aquel culto, era que
cada familia solo podía rendir culto a los muertos que le pertenecían por la
sangre, por eso la ley prohibía que un extranjero se acercase a una tumba,
tocar con el pie, aun por descuido una sepultura era un acto impío.
Cada
familia tenía su tumba, donde los muertos descansaban en su tumba unos al lado
de otros, siempre juntos. El culto no era público, al contrario las ceremonias
solo se celebraban por los miembros de la familia.
Para
esta religión doméstica, no había reglas uniforme, ni ritual común. Cada
familia poseía la más completa independencia. Ningún poder exterior tenía el
poder de regular su culto o su creencia. No existía otro sacerdote que el
padre.
Esta
religión solo podía propagarse por la generación. La religión domestica solo se
propasaba de varón en varón.
LIBRO
II
LA
FAMILIA
CAPITULO
I
La
religión ha sido el principio constitutivo de la familia antigua. En
ciertos días, cada cual determinado por su religión doméstica. Los vivos se
reúnen cerca de los antepasados. Les llevan la comida fúnebre, les vierten la
leche y el vino, depositan las tortas y frutas o queman en su obsequio la carne
de una víctima. A cambio de estas ofrendas, solicitan su protección, les llaman
sus dioses y les piden que den fertilidad al campo, prosperidad a la casa,
virtud a los corazones.
El principio
de la familia antigua no radica en la generación exclusivamente. El principio
de la familia tampoco consiste en el afecto natural, pues el derecho romano y
el griego no tienen para nada en cuenta ese sentimiento.
El
fundamento de la familia romana, han creído que ese fundamento debía
encontrarse en el poder paternal o marital. Lo que une a los miembros de la
familia antigua, es la religión del hogar y los antepasados.
Una
familia era un grupo de personas al que la religión permitía invocar al mismo
hogar y ofrecer la comida fúnebre a los mismos antepasados.
CAPITULO
II
EL
MATRIMONIO
El
matrimonio es pues, un acto grave para la joven, y no menos grave para el
esposo, pues esta religión exige que se haya nacido cerca del hogar para tener
el derecho de sacrificarle, y sin embargo va introducir cerca de su hogar a una
extraña.
El
matrimonio era la ceremonia santa que había de producir esos grandes efectos.
La religión con que se consumaba el matrimonio no era la de Júpiter o la de
Juno, o la de otros dioses del olimpo. La ceremonia no se realizaba en el
templo, sino en la casa, y la presidía el dios doméstico.
La
ceremonia entre los griegos se componía, por decirlo así de tres actos: ante el
hogar del padre, en el hogar del marido y en el tránsito de uno a otro. El
matrimonio romano se parece mucho al griego y como este comprendía tres
actos: traditio, deductio in domun, confarreatio. La joven
abandona el hogar paterno, se conduce a esta a la casa del esposo, se canta en
torno a ella un antiguo himno religioso, el cortejo se detiene ante la casa del
marido, allí se presenta a la joven el agua y el fuego; luego se conduce a la
esposa ante el hogar donde se encuentran las imágenes de los antepasados. Comen
juntos una torta de flor de harina, es lo que realiza la unión santa entre los
esposos. El matrimonio ha sido para ella como un segundo nacimiento.
CAPITULO
III
DE
LA CONTINUIDAD DE LA FAMILIA; CELIBATO PROHIBIDO; DIVORCIO EN CASO DE
ESTERILIDAD; DESIGUALDAD ENTRE HIJO Y LA HIJA
Las creencias referentes a los muertos y
al culto que se les debía han constituido la familia antigua y le han dado la
mayoría de sus reglas. La regla de que cada familia debía de perpetuarse
siempre, los muertos necesitaba que su familia nunca se extinguiese. La
extinción de la una familia produce la ruina en la religión de esta.
La
ley encargaba en Atenas al primer magistrado de que ninguna familia se
extinguiese, también la ley romana se mostraba atenta a no dejar caer ningún
culto doméstico. Una familia que se extingue es un culto que muere. El gran
interés de la vida humana era continuar la descendencia para continuar el
culto, en virtud de estas opiniones, el celibato era una grave impiedad y una
desgracia. Apenas hubo leyes y declararon que el celibato era cosa mala y punible.
Cuando las leyes dejaron de prohibir el celibato, no por eso dejo de estarlo
por las costumbres.
El
efecto del matrimonio a los ojos de la religión y de las leyes era unir a dos
seres en un mismo culto domestico para hacer nacer un tercero que fuese apto
para continuar ese culto. Si el matrimonio solo había sido efectuado para
perpetuar la familia, parecería justo que pudiera disolverse si la mujer era
estéril. Si un matrimonio resultaba estéril por causa del marido, no era menos
necesario que la familia continuase, entonces su hermano o algún pariente del
marido debía de sustituirlo.
El
nacimiento de una hija no realizaba el objeto del matrimonio, En efecto la hija
no podía continuar el culto, pues el día que se casaba renunciaba a la familia
y al culto de su padre. Era pues el hijo a quien esperaba el que era necesario.
El ingreso de este hijo a la familia se señalaba con un acto religioso.
CAPITULO
IV
DE
LA ADOPCIÓN Y LA EMANCIPACIÓN
El
deber de perpetuar el culto ha sido el principio del derecho de adopción entre
los amigos. “A aquel a quien la naturaleza no ha concebido hijos puede adoptar
uno para que no cesen las ceremonias fúnebres”. Teniendo su razón de ser la
adopción solo en la necesidad de prevenir que el culto se extinguiese siguiese
que nada, estaba permitida al que no tuviese hijos.
Cuando
se adoptaba a un hijo era preciso, ante todo, iniciarlo en el culto, por eso se
realizaba la adopción con una ceremonia sagrada que parece ser muy semejante a
la que marcaba el nacimiento de un hijo.
A la
adopción correspondía como correlativo la emancipación. Para que un hijo
pudiera entrar a una nueva familia, era de todo punto preciso haber salido de
la antigua.
CAPITULO
V
DEL
PARENTESCO QUE LOS ROMANOS LLAMABAN AGNACIÓN
Platón
dice que el parentesco es la comunidad de los mismos dioses domésticos. No se
podía ser pariente por línea de las mujeres, la mujer no trasmitía la
existencia ni el culto. El principio del parentesco no radicaba en el acto
material del nacimiento, sino del mismo culto.
Así
como la religión solo se trasmitía de varón en varón, así esta atestiguado por
todos los jurisconsultos antiguos que dos hombres no podían ser agnados entre
sí, a menos que, remontándose siempre de varón en varón, resultase que tuviese
antepasados comunes. La regla para la agnación era pues la misma que para el
culto.
El
lazo de sangre no basta para establecer este parentesco, se necesita el lazo de
culto, la religión determinaba el parentesco. A medida que esta antigua
religión se debilitaba, la voz de la sangre comenzó a hablar más alto, y el
parentesco por el derecho fue reconocido por el derecho. Los romanos lo
llamaron cognatio.
CAPITULO
VI
EL
DERECHO DE LA PROPIEDAD
Se
sabe que algunas razas nunca llegaron a establecer la propiedad privada, que
otras lo lograron después de mucho tiempo y trabajo. Entre los antiguos
germanos - según algunos autores - la tierra no pertenecía a nadie.
Al
contrario, las poblaciones de Grecia e Italia, desde la más remota antigüedad
han practicado la propiedad privada. Ningún recuerdo histórico ha quedado que
la tierra haya sido común.
Parece
ser que entre los griegos, el concepto del derecho de propiedad siguió una
marcha completamente opuesta a la que parece natura. No se aplicó a la cosecha
primero, y al suelo después, se siguió el orden inverso.
La
familia poseía pues, una tumba común, donde sus miembros, uno tras otro, habían
de reposar. La regla era la misma para esa tumba que para el hogar. Así como
las casas no debían estar contiguas, las tumbas tampoco, sino que cada una tenía
un cerco aislante. He aquí, pues, una parte de la tierra que, en nombre de la
religión, se convierte en un objeto de propiedad perpetuo para cada familia. La
sepultura había establecido la unión indisoluble de la familia con la tierra,
es decir, la propiedad.
En
la mayoría de las sociedades primitivas, la propiedad había sido establecida
por la religión. Resulta bastante evidente que la propiedad privada era una
institución que no podía prescindir la religión doméstica. No fueron las leyes
las que garantizaron al comienzo el derecho de la propiedad, fue la religión.
Cada dominio se encontraba bajo las miradas de los dioses domésticos que
velaban por él. Para usurpar el campo de una familia era preciso derribar o
trasladar el límite, ahora bien, este límite era un dios. EL sacrilegio era
horrendo y el castigo severo.
Compréndase
sin gran trabajo que el derecho de propiedad, así concebido y establecido, haya
sido mucho más completo y absoluto en sus efectos a lo que el presente pueda
serlo en nuestras sociedades modernas, que lo fundan en otros principios.
Solo
conocemos el derecho romano a contar de las doce tablas, es evidente que en
esta época estaba permitida la venta de la propiedad, pero hay razones para
creer que en la primera etapa de Roma la tierra era inalienable como en Grecia.
En fin se permitió vender el dominio, pero también para eso se necesitaban las
formalidades de la religión.
CAPITULO
VII
EL
DERECHO DE SUCESIÓN
Habiéndose
establecido el derecho de propiedad para la realización de un culto hereditario
no era posible que ese derecho se extinguiese por la corta existencia del
individuo. El hombre muere, el culto permanece, el hogar no debe extinguirse ni
la tumba abandonarse. Prosiguiendo la religión doméstica, el derecho de
propiedad debe continuar con ella.
Dos
cosas están ligada estrechamente en las creencias como en las leyes de los
antiguos: el culto de una familia y la propiedad de la misma. La persona que
hereda, sea quien sea, está encargada de hacer las ofrendas sobre la tumba.
Si
no en las leyes, había al menos en la práctica y en las costumbres una serie de
dificultades opuestas a que la hija fuese tan completamente propietaria de su
parte de patrimonio como el hijo lo era de la suya. Si era heredera, solo
provisionalmente lo era, con ciertas condiciones, casi con mero usufructo.
Es
verdad que los hombres encontraron muy pronto un giro para conciliar la prescripción
religiosa, que prohibía heredar a la hija, con el sentimiento natural, que
aconsejaba que pudiera gozar de la fortuna paterna. Esto es notable en el
derecho griego. La legislación ateniense propendía manifiestamente a que la
hija imposibilitada de ser heredera, se casase al menos con el heredero.
Estos
principios regulaban el orden de sucesión. Si un hombre perdía a su hijo ya su
hija, y solo dejaba nietos, el hijo de su hijo heredaba, pero no el hijo de su
hija. A falta de descendientes, tenían por heredero a su hermano, no a su
hermana; al hijo de su hermano, no al hijo de su hermana. A falta de hermanos y
sobrinos, era necesario remontarse en la serie de los ascendientes del difunto,
siempre en línea masculina, hasta que se encontrase una rama que se hubiese
desprendido de la familia por un varón, luego se descendía por esta rama de
varón en varón, hasta encontrar a un hombre vivo, este era el heredero.
Respecto
a los efectos de la emancipación y de la adopción, estos representaban en el
hombre un cambio de culto, también en esto el derecho antiguo se conformaba a
las reglas religiosas. El hijo excluido del culto paterno por la emancipación
también estaba excluido de la herencia, el extraño asociado al culto de la
familia por la adopción se trocaba hijo, y continuaba el culto y heredaba los
bienes.
Como
era contrario en la religión que un mismo hombre profesase dos cultos
domésticos, tampoco podía heredar de dos familias, así que el hijo adoptivo que
heredaba de la familia adoptante no heredaba de su familia natural.
Respecto
a la antigua indivisión del patrimonio, en esas remotas épocas se advierte una
institución que ha debido reinar mucho tiempo, que ha ejercido considerable
influencia en la constitución futura de las sociedades, y sin la cual no podría
explicarse esta constitución. Tal es la indivisión del patrimonio con una
especie de derecho de primogenitura. La primogénita tenía el privilegio,
después de la muerte del padre, de presidir todas las ceremonias del culto doméstico.
Solo el primogénito heredaba los bienes.
Por
lo que a Roma respecta, ninguna ley encontramos que se refiera al derecho de
primogenitura. Pero no debe concluirse de esto que haya sido desconocido en la
antigua Italia. El derecho de primogenitura no consistía en la expoliación de
los segundones para favorecer al hermano mayor.
CAPITULO
VIII
LA
AUTORIDAD EN LA FAMILIA
La
familia no ha recibido sus leyes de la ciudad. El derecho antiguo no es obra de
un legislador, al contraigo se ha impuesto al legislador. Es en la familia en donde
se ha encontrado su origen. El padre es el primero junto al hogar, él lo
enciende, y él es el pontífice.
La
religión no coloca a la mujer en tan elevado rango. El derecho griego, el
derecho romano, el derecho indio, que proceden de estas creencias religiosas,
están acordes en considerar a la mujer siempre como una menor. La autoridad del
marido sobre la mujer no resultaba de ningún modo de la mayor fuerza del
primero. Como todo el derecho privado, se deriva de las creencias religiosas
que colocaban al hombre en superior condición que a la mujer.
Los
derechos que componían al poder paternal, eran numerosísimos y podan
clasificarse en tres categorías, según se considera al padre de familia como
jefe religioso, como dueño de la propiedad o como juez:
1) El
padre es el jefe supremo de la religión doméstica, el regula todas las
ceremonias del culto, de aquí se deriva toda una serie de derechos: derecho de
reconocer o rechazar al hijo cuando nace, derecho de repudiar a la mujer,
derecho de casar a la hija, derecho de casar al hijo, derecho de emancipar,
derecho de adoptar, derecho de designar en vísperas de morir un tutora la mujer
y a los hijos.
2)
Solo podía haber un propietario en cada familia, que era la familia misma, y un
usufructuario (el padre); la propiedad no podía dividirse, y, descansando
integra en el padre, ni la mujer ni el hijo poseían nada como propio.
3)
La mujer y el hijo no podían ser demandantes, ni defensores, ni acusadores, ni
acusados, ni testigos. Entre toda la familia, solo el padre podía comparecer
ante el tribunal de la ciudad, la justicia publica solo para el existía, por
eso era responsable por los delitos cometidos por los suyos. Este derecho de
justicia que el jefe de familia ejercía en su casa era completo y sin
apelación.
CAPITULO
IX
LA
ANTIGUA MORAL DE LA FAMILIA
La
historia no estudia solamente los hechos materiales y las instituciones, su
verdadero objeto de estudio es el alma humana, debe aspirar a conocer lo que
esta alma ha creído, ha pensado, ha sentido, en las diferentes edades del género
humano.
La
religión de estas primeras edades era exclusivamente doméstica, la moral
también lo era. En esta religión del hogar, el hombre jamás implora a la
divinidad a favor de otros hombres, solo lo invoca por sí y por los suyos. Esta
religión conoce la misericordia, pose ritos para borrar las manchas del alma
por estrecha y grosera que sea, sabe consolar al hombre hasta de sus propias
faltas.
Esta
moral domestica aun prescribe otros deberes. Dice a la esposa que debe
obedecer, al marido que debe mandar. Enseña a ambos que deben respetarse
mutuamente. Entre los romanos la presencia de la mujer es tan necesaria en el
sacrificio, que el sacerdote pierde el sacerdocio en cuanto queda viudo.
Pero
el hijo también desempeña su papel en el culto, realiza una función en las
ceremonias religiosas, su presencia es tan necesaria en ciertos días, que el
romano sin hijos se ve obligado a aceptar a uno ficticiamente para esos días, a
fin de que los ritos puedan celebrarse. Puede suponerse lo que estas creencias
inspiraban de respeto y afecto recíprocos en la familia.
CAPITULO
X
LA
"GENS" EN ROMA Y GRECIA
La gens formaba
un cuerpo cuya constitución era perfectamente aristocrática, gracias a su
organización interior, los patricios de Roma y los eupatrides de Atenas
perpetuaron por mucho tiempo sus privilegios. Los plebeyos de Roma idearon la
formación de gentes a imitación de los patricios; en Atenas se intentó
trastornar a los eupatrides, de fundirlos entre sí y de remplazarlos por
los demos, establecidos estos a la imagen de aquellos. En Roma
como en Atenas había gentes, cada gens tenía un culto especial.
En Grecia se reconocía a los miembros de una
misma gens en que realizaban sacrificios en común desde una época muy remota. También
en Roma cada gens tenía que realizar algunos actos religiosos, este culto tenía
que perpetuarse de generación en generación, y era un deber dejar tras de sí
hijos que lo continuasen. Los dioses de la gens, solo la protegían a ella y
solo por ella querían ser invocados.
El
carácter de más relieve y mejor constatado de la gens es que tienen un culto
propio. Si la gens adoraba en común a un antepasado, es que sinceramente creía
descender de él. Todo nos presenta a la gens como unida por un lazo de
nacimiento. Se puede, pues, entrever un largo periodo durante el cual los
hombres no han conocido otra forma de sociedad que la familia. Entonces se
produjo la religión doméstica, que no hubiese podido nacer en una sociedad de
otro modo constituida, y que aun han debido ser, durante mucho tiempo, un
obstáculo para el desarrollo social.
LIBRO
II
LA
FRATRIA Y LA CURIA
CAPITULO
I
LA
TRIBU
La
religión doméstica prohibía que dos se mezclaran y se identificaran. Pero era
posible que varias familias, sin sacrificar nada de su religión particular, se
uniesen al menos para la celebración de otro culto que les fuese común. Esto es
lo que ocurrió. Cierto número de familias formaron un grupo que la lengua
griega llamó fratría y la lengua latina curia. En el momento de unirse, estas
familias concibieron una divinidad superior a sus divinidades domésticas,
divinidad común a todas y que velaba sobre el grupo entero. No había curia ni
fratría sin altar y sin dios protector.
La
tribu, tenía un tribunal y un derecho de Justicia sobre sus miembros. Por lo
que nos queda de las instituciones de la tribu, se ve que en su origen estuvo
constituida para ser una sociedad independiente, y como si no hubiese tenido
ningún poder social superior.
CAPITULO
II
NUEVAS
CREENCIAS RELIGIOSAS
La
religión de los muertos permaneció siempre inmutable en sus prácticas, mientras
que sus dogmas se extinguían poco a poco, la otra, la de la naturaleza física,
fue más progresiva y se desarrolló libremente a través de las edades, cada
hombre solo adoraba a un número muy restringido de divinidades. La primera
aparición de estas creencias pertenece a una época en que os hombres aún vivían
en el estado de familia, estos nuevos dioses tuvieron al principio como los
demonios, los héroes y los lares, el carácter de divinidades domésticas. Se necesitó
mucho tiempo antes de que esos dioses salieren del seno de las familias que los
habían concebido y los consideraban como su patrimonio. A medida que esta nueva
religión iba en progreso, la sociedad debió agrandarse.
CAPITULO
III
LA
CIUDAD SE FORMA
Varias
fratrías se habían unido en una tribu, varias tribus pudieron asociarse entre sí,
a condición de respetarse el culto de cada cual. El día en que se celebró esta
alianza, existió la ciudad.
Cuando
un jefe salía de una ciudad ya constituida para fundar otra, ordinariamente
sólo llevaba un pequeño número de conciudadanos, a los que se incorporaban
muchos otros que procedían de diversos lugares y aun podían pertenecer a
ciertas razas. Pero este jefe siempre constituía el nuevo Estado a imagen y
semejanza del que acababa de dejar. En consecuencia, dividía su pueblo en
tribus y fratrías.
CAPITULO
IV
LA
URBE
Ciudad
y Urbe, no eran palabras sinónimos entre los antiguos. La ciudad era la
asociación religiosa y política de las familias y de las tribus; la urbe era el
lugar de reunión, domicilio y sobre todo, el santuario de esta asociación. Fundabas
la urbe de un solo golpe; totalmente terminada en un día. Pero era preciso que
antes estuviese constituida la ciudad, que era la obra más difícil y
ordinariamente la más larga. La fundación de una urbe era siempre un acto
religioso.
CAPITULO
V
EL
CULTO FUNDADOR; LA LEYENDA DE ENEAS
Cada
ciudad adoraba al que la había fundado. El fundador se recordaba cada año en
las ceremonias sagradas. Eneas había fundado a Lavinio, de donde procedían los
albanos y los romanos, y que por consecuencia, era considerado como el primer
fundador de Roma. Sobre él se estableció un conjunto de tradiciones y
recuerdos. Virgilio se apoderó de ese tema y escribió el poema nacional de la
ciudad de romana. La llegada de Eneas, o mejor, el traslado de los dioses de
Troya a Italia, es el tema de la Eneida. El poeta canta a ese hombre que surca
los mares para fundar una ciudad y llevar sus dioses al Lacio.
CAPITULO
VI
LOS
DIOSES DE LA CIUDAD
Una
ciudad era como una pequeña iglesia, con sus dioses, sus dogmas y su culto.
Tenían su cuerpo de sacerdotes que no dependía de ninguna autoridad extraña,
tenían libros litúrgicos, y cada ciudad tenía su colección de oraciones y de
prácticas. Así la religión era completamente local y civil, tomando este último
nombre en su antiguo sentido, es decir, especial a cada ciudad. En general, el
hombre sólo conocía a los dioses de su ciudad y sólo a ellos honraba y
respetaba.
CAPITULO
VII
LA RELIGIÓN DE
LA CIUDAD
LAS
COMIDAS PÚBLICAS.
La
principal ceremonia de culto doméstico era una comida, que se denominaba
sacrificio. La principal ceremonia del culto de la ciudad también era una
comida de esta naturaleza, que había de realizarse en común, por todos los
ciudadanos, en honor a las divinidades protectoras. Esto estaba tan vigente
tanto en Grecia como en Italia.
LAS
FIESTAS Y EL CALENDRIO.
Todo
lo que era sagrado daba lugar a una fiesta, existía la fiesta del recinto de la
ciudad, amburbalia; la de los límites del territorio ambarvalia.
Lo
que caracterizaba estas fiestas religiosas era la prohibición de trabajar, y la
prohibición de hacer el mal, la obligación de estar alegres, el canto y los
juegos públicos.
El
calendario estaba regulado por las leyes de la religión. Que únicamente los
sacerdotes conocían. Cada ciudad contaba sus años de una forma diferente.
CAPITULO
VIII
LOS
RITUALES Y LOS ANALES
A
veces , el ritual estaba escrito en tabletas de madera; a veces, en tela, Roma
tenía sus libros de pontífices, sus libros de augures, su libro de ceremonias,
y su colección de Indigetemente. La historia de la ciudad decía al ciudadano
todo lo que debía creer y todo lo que debía adorar. Por eso la historia era
escrita por los sacerdotes. Roma tenía los anales de los pontífices. Al lado de
los anales había también documentos escritos y auténticos, una tradición oral
que se perpetuaba en el pueblo de cada ciudad.
CAPITULO
IX
GOBIERNO
DE LA CIUDAD. EL REY
El
sacerdote del hogar público ostentaba el nombre del rey. En ocasiones le daban
otros títulos, este es principalmente el jefe del culto: la conserva el hogar,
hace el sacrificio y pronuncia la oración, preside las comidas religiosas. La
tradición siempre los representa como sacerdotes, a estos reyes-sacerdotes se
les entronizaba con un ceremonial religioso.
CAPITULO
X
EL
MAGISTRADO
El
magistrado remplazó al rey, fue como él, un sacerdote al mismo tiempo que un
jefe político. No había ningún magistrado que no tuviese que realizar algún
acto sagrado. Los tribunos de la plebe eran los únicos que no tenían que
realizar ningún sacrificio.
Las
magistraturas romanas, que cierto sentido fueron miembros sucesivamente
desgajados del consu8lado, reunieron como éste atribuciones sacerdotales y
atribuciones políticas.
CAPITULO
XI
LA
LEY
Entre
los griegos y los romanos, como entre los indos, la ley fue al principio una
parte de la religión. En Roma era una verdad reconocida que no se podía ser
buen pontífice si se desconocía el derecho. A la ley antigua no se le discute,
se impone; es una obra de autoridad: los hombres la obedecen porque tienen fe
en ella.
El
derecho sólo era un aspecto de la religión. Sin religión común, no había ley
común.
DE
LA OMNIPOTENCIA DEL ESTADO; LOS ANTIGUOS NO CONOCIERON LA LIBERTAD INDIVIDUAL.
La
ciudad se había fundado sobre una religión y se había constituido como una
iglesia. De ahí su fuerza, su omnipotencia y el imperio absoluto que ejercía
sobre sus miembros.
El
ciudadano estaba sometido en todas las cosas y sin ninguna reserva a la ciudad:
le pertenecía todo entero.
Nada
había en el hombre que fuese independiente. Su cuerpo pertenecía al estaba y
estaba consagrado a la defensa del mismo.
En
roma, el servicio militar estaba obligado hasta los cuarenta y seis años; En
Atenas y Esparta, toda la vida.
LIBRO
IV
LAS
REVOLUCIONES
CAPITULO
I
PATRICIOS
Y CLIENTES
La
ciudad antigua, como cualquier sociedad humana, presentaba rangos, diferencias
y desigualdades. La historia de Roma está llena de lucha entre los patricios y
el pueblo, lucha que se encuentra en todas las ciudades sabinas, latinas y
etruscas. La autoridad del padre marca el principio de la desigualdad. En la
familia después de varias generaciones se forman ramas segundonas, y se
encuentran, en un estado de inferioridad con respecto a la rama primogénita. El
cliente está por debajo de las ramas segundonas.
La
distinción entre estas dos clases es manifiesta en lo que concierne a los
intereses materiales. La distinción es todavía más manifiesta en la religión.
Solo el descendiente de un páter puede practicar las ceremonias del culto de la
familia.
CAPITULO
II
LOS
PLEBEYOS
Es
necesario indicar ahora otro elemento de población que estaba por debajo de los
mismos clientes, y que, intimó en su origen, adquirió insensiblemente la fuerza
suficiente para romper la antigua organización social, esta clase se hizo en
roma más numerosa que en cualquier otra ciudad, recibía allí el nombre de la
plebe, no formaba parte de lo que se llamaba el pueblo romano. Estos no tienen
culto, el matrimonio sagrado no existía para ellos, no hay familia, ni
autoridad paterna, no tienen derecho de propiedad, no tienen derechos
políticos, etc.
CAPITULO
III
PRIMERA REVOLUCIÓN
El
poder en el estado se reunía en manos del rey, los jefes de las familias, los partes,
y por encima de ellos, los jefes de las fratrías y de las tribus, formaron al
lado del rey una aristocracia fortísima. El rey no era el único rey; cada páter
lo era en su gens.
Los
reyes querían ser poderosos, y los padres no querían que lo fueran, La lucha se
entabló pues, en todas las ciudades entre la aristocracia y los reyes. En todas
partes fue idéntico el resultado de la lucha: la realeza quedo vencida. Pero no
se debe olvidar que esta realeza primitiva era sagrada. Por lo que se conservó,
pero despojada de su poder, ya no fue más que un sacerdocio.
CAPITULO
IV
LA
ARISTOCRACIA GOBIERNA LAS CIUDADES
La
misma revolución, bajo formas ligeramente variadas, se realizó en Atenas, en
Esparta, en Roma, en todas partes fue obra de la aristocracia; en todas tuvo
por efecto suprimir la realeza política, dejando subsistir la realeza
religiosa. El gobierno de la ciudad perteneció a la aristocracia. La
aristocracia estaba fundada en el nacimiento y , al mismo tiempo, en la
religión. Tenía su principio en la constitución religiosa de las familias.
CAPITULO
V
SEGUNDA
REVOLUCIÓN; CAMBIOS EN LA CONSTITUCIÓN DE LA FAMILIA;
DESAPARECE EL DERECHO DE
PRIMOGENITURA; SE DESMIEMBRA LA "GENS"
La
revolución que derribó a la raleza, más que cambiar la constitución de la
sociedad, modificó la forma exterior del gobierno. Esa revolución, fue obra de
la aristocracia, que deseaba su conservación. La aristocracia hizo una
revolución política sólo para evitar una revolución social y doméstica. La
regla de indivisión que dio fuerza a la familia antigua fue abandonad
paulatinamente. El derecho de primogenitura, condición de su unidad,
desapareció. Considerable revolución que empezó a transformar a la sociedad.
Esta
desmembración de la gens tuvo grandes consecuencias. La antigua familia
sacerdotal, que había formado un grupo compacto, fuertemente constituido,
poderoso, quedo por siempre relajada. Esta revolución preparó e hizo más
fáciles otros cambios.
CAPITULO
VI
LOS
CLIENTES SE EMANCIPAN
He
aquí otra revolución cuya fecha no puede indicarse, pero que con toda seguridad
ha modificado la constitución de la familia y de la sociedad misma. Los
servidores o clientes aspiran a emanciparse.
En
los orígenes de roma hubo clientes. Hay alguien que se parece más al antiguo
cliente: el liberto., no de otra manera que en los primeros tiempos de roma,
hacia el final de la república, cuando alguno salía de la servidumbre, no se
convierte inmediatamente en hombre libre y ciudadano. Queda sometido al amo.
Antes se le denominaba cliente ahora liberto, solo el nombre ha cambiado. El
liberto queda incorporado a la familia, depende de su patrono, el cual tiene el
derecho de justicia sobre su liberto.
CAPITULO
VII
TERCERA
REVOLUCIÓN; LA PLEBE INGRESA A LA CIUDAD
ATENAS:
Los
eupatridas, después de derribar a la realeza, gobernaron en Atenas durante
cuatro siglos. La historia permanece muda acerca de esta larga dominación: solo
una cosa se sabe, y es que fue odiosa a las clases inferiores, y que el pueblo
se esforzó por librarse de ese régimen, Sólon hizo una reforma que consumo
Clístenes, en la cual remplazaba las 4 antiguas tribus por otras 10 (nuevas),
el molde de la antigua sociedad estaba roto y se formaba un nuevo cuerpo social.
CAPITULO
VIII
CAMBIOS
EN EL DERECHO PRIVADO; EL CÓDIGO DE LAS XII TABLAS; EL CÓDIGO DE
SALÓN
No
pertenece a la naturaleza del derecho ser absoluto e inmutable; se modifica y
se transforma como toda obra humana. Cada sociedad tiene su derecho, que se
forma y se desenvuelve con ella, que cambia como ella, y que, en fin, sigue
siempre el movimiento de sus instituciones, de sus costumbres y de sus
creencias.
LIBRO
V
DESAPARECE
EL RÉGIMEN MUNICIPAL
CAPITULO
I
NUEVAS
CREENCIAS; LA FILOSOFÍA CAMBIA LAS REGLAS DE LA POLÍTICA
La
Ruina del régimen político, que Grecia e Italia habían creado, puede referirse
a dos causas principales. Unas pertenece al orden de los hechos morales e
intelectuales; la otra, al orden de los hechos materiales; la primera es la
transformación de las creencias; la segunda es la conquista romana. La religión
primitiva, se alteró con el tiempo y envejeció. Se comenzó a tener la idea de
la naturaleza inmaterial; la noción del alma humana se precisó, y casi al mismo
tiempo en el espíritu la de una inteligencia divina.
Enseñaban
a los griegos que para gobernar, era necesario persuadir a los hombres y actuar
sobre voluntades libres. Despierta así la reflexión, el hombre dudo de la
justicia de sus antiguas leyes sociales, y aparecieron otros principios, fue
entonces cuando empezó a comprenderse que existen otros deberes que los deberes
que hacía el estado, y otras virtudes que las virtudes cívicas.
CAPITULO
II
LA
CONQUISTA ROMANA
En
la obra de la conquista romana pueden distinguirse dos periodos. Uno pertenece
al tiempo en que el viejo espíritu municipal aún tenía mucha fuerza; entonces
fue cuando Roma hubo de superar los mayores obstáculos. El otro pertenece al
tiempo en que el espíritu municipal andaba muy decaído: la conquista se realizó
entonces fácil y rápidamente.
Las
instituciones de la ciudad antigua se debilitaron y agotaron en una serie de
revoluciones. La dominación romana tuvo por primer resultado acabar de
destruirlas y extinguir lo que de ellas quedaba. Al destruir Roma en todas partes
el régimen de la ciudad, no lo sustituía con nada. A los pueblos que despojaba
de sus instituciones no les daba en cambio las suyas propias. Ni siquiera
pensaba en crear instituciones nuevas que fueran para su uso. Está pues
averiguado que los pueblos, a medida que ingresaban en el imperio de Roma,
perdían su religión municipal, su gobierno, su derecho privado. Puede creerse,
sin dificultad, que Roma atenuaba en la práctica lo que la sumisión tenía de
destructora.
Tal
fue el efecto de la conquista romana sobre los pueblos que sucesivamente
cayeron en su poder. De la ciudad todo pereció: primero, la religión, luego, el
gobierno y, en fin el derecho privado.
Todas
las instituciones municipales, quebrantadas ya desde hacía mucho tiempo, fueron
desarraigadas y aniquiladas.
CAPITULO
III
EL
CRISTIANISMO CAMBIA LAS FORMAS DE GOBIERNO
La
victoria del cristianismo marca el fin de la sociedad antigua. Con la nueva
religión termina esta transformación social, que hemos visto comenzar seis o
siete siglos antes de ella.
Pero
como ya hemos visto, la sociedad se modificó poco a poco. En gobierno y en el
derecho se realizaron cambios al mismo tiempo que en las creencias. Ya en los
cinco siglos que precedieron al cristianismo, no era tan íntima la alianza
entre la religión de un lado, el derecho y la política de otro.
Llegó
un día en que el sentimiento religioso recobró vida y vigor, y la creencia,
bajo la forma cristiana, reconquisto el imperio de las almas.
No
solo se reavivó con el cristianismo el sentimiento religioso; también adquirió
expresión más alta y menos material.
La
política y la guerra ya no fueron el todo del hombre; el patriotismo ya no fue
las síntesis de todas las virtudes, pues el alma no tenía patria. El hombre
sintió que existían otros deberes que el de vivir y morir por la ciudad.
El
cristianismo distinguió las virtudes privadas de las virtudes públicas.
Rebajando a éstas, realzó a aquellas; coloco a dios, a la familia, a la persona
humana por encima de la patria; al prójimo sobre el ciudadano.